Recientemente Pablo Iglesias tuvo que acudir al Senado para comparecer ante la comisión de investigación sobre financiación de partidos políticos. El portavoz del PP en dicha comisión le preguntó reiteradamente sobre su relación con Venezuela, e incluso le puso un video donde Iglesias elogiaba los avances de la Revolución Bolivariana. La respuesta del líder de Podemos fue sorprendente, tanto que dejó descolocado, por coincidencia de criterio, al señor del PP: “He podido decir cosas que ahora no comparto y rectificar en política está bien. La situación política y económica en Venezuela es nefasta”.
Ciertamente, rectificar —en política y en cualquier asunto de la vida— está bien. Pero cambiar de principios, no. En su búsqueda de la centralidad, Pablo Iglesias se guía por la máxima de Groucho Marx: “si no le gustan mis principios, tengo otros”.
También recientemente, Iñigo Errejón declaraba, en un desayuno informativo organizado por la revista Vanity Fair, que envidia a los franceses “cuando se manifiestan por la igualdad de derechos y lo hacen con su bandera”. Sorprendía por el guiño a la identidad nacional rojigualda. En el mismo foro, Errejón inistía en que “es un irresponsable el que les dé las banderas y símbolos a los reaccionarios”, y pedía colaboración a la derecha para construir “la identidad nacional” sin excluir “a la mitad del país”. Todo muy conciliador. A fin de cuentas, que los diferentes gestores del capitalismo patrio se lleven bien no es tan descabellado. Errejón suele ser pedante y un tanto repelente en sus expresiones, pero sus intenciones son claras, eso hay que reconocérselo.
La búsqueda de la centralidad, tesis errejonista que estuvo en la esencia del cisma de Podemos en su segundo Congreso, y que salió aparentemente derrotada, se ha demostrado, después de todo, triunfante. Hay una asunción de defensa de lo institucional como fin último que define a Podemos como la repetición en forma de farsa de la socialdemocracia reformista en España. El partido de Errejón y de Iglesias huye hacia el centro quemando más madera, desdiciéndose y traicionando, si hace falta incluso vistiéndose de rojo y gualda. Tal vez no se dan cuenta que en el centro hay poco sitio, o tal vez sí. Y el objetivo es pisar esa baldosita enmoquetada, aunque sea a la pata coja, a fin de cuentas de muletas si se necesitan saben un rato.