En 1982 la socialdemocracia llega al gobierno de la mano de un PSOE que logró encauzar en lo electoral las aspiraciones populares de un cambio social y político que abriese por fin en España las ventanas y lograse airear el fétido olor a mugre de un franquismo rancio que había sobrevivido transmutado en lo político en monarquía parlamentaria pero que no había cambiado las estructuras de poder, y cuyo objetivo fue el propiciar unas condiciones más favorables para la explotación de una clase obrera que ya no estaba dispuesta a seguir viviendo bajo el yugo del fascismo.
Pronto las esperanzas puestas en aquel cambio se fueron desvaneciendo. Derechos conquistados durante los últimos años del franquismo a fuerza de lucha heroica de la clase obrera de los pueblos de España empezaban a ser cuestionados y a peligrar, y ya en 1985 un ataque frontal a la clase obrera en forma de Reforma de las pensiones hizo saltar todas las alarmas.
Un PSOE envalentonado y arrogante, con mayoría absoluta, con el apoyo de la UGT, y azuzado por la oligarquía, de quien llegaría a ser su mejor valedor, perdía definitivamente la máscara y abrazaba el neoliberalismo. Esa máscara de la que históricamente se dota la socialdemocracia y el oportunismo para llegar al gobierno en nombre del pueblo y acabar ejecutando el trabajo sucio que necesita la oligarquía y que la derecha política tendría muchas más dificultades en poner en práctica.
Pero en ese momento ya se empezó a fraguar la respuesta. Los elementos más conscientes de la clase obrera agrupados en CCOO hicieron que el sindicato convocase la Huelga General para el 20 de junio de 1985. El PCPE con escaso año y medio de vida y los CJC con apenas unos meses desplegamos todo nuestro potencial tanto dentro de CCOO para exigir y consolidar la convocatoria ante los que decían que no se podía convocar una Huelga General en solitario, como en la calle y en los tajos multiplicando asambleas y actos públicos. Miles de comunistas en movimiento codo a codo con su clase trabajando por una huelga difícil pero muy necesaria, y que consiguió aglutinar a una parte muy sustancial de la clase obrera en todo el estado. Una huelga que también tuvo la virtualidad, gracias a la presencia de los comunistas, de poner sobre la mesa que la lucha de clases en el capitalismo no desaparece por el hecho de que quien esté en el gobierno se llame de izquierda. Así como de hacer removerse las bases de una UGT que hasta ese momento seguía una política de acción sindical que pasaba por no ponerle trabas a lo que consideraban «su gobierno». Algo que el PSOE aprovechaba para mantener dividida a la clase obrera en base a las siglas sindicales a que pertenecía cada quien.
Pasado un tiempo el Gobierno, al dictado de una oligarquía siempre insaciable, vuelve a la carga. En esta ocasión con un Plan de Empleo Juvenil que incluía modalidades de contratos que liquidaban derechos adquiridos y que se convertía en una verdadera burla a años y años de lucha sindical. Pero en esta ocasión, fruto en buena parte de los ecos de la Huelga General del 20J el movimiento sindical estaba fraguando la unidad de acción.
Una unidad de acción sindical que había comenzado a esbozar un programa alternativo, una plataforma reivindicativa que surgía como elemento superador de las políticas de resistencia ante la crisis que se desarrollaban por separado. Y de donde acabó surgiendo la Plataforma Sindical Prioritaria como programa sindical estratégico a medio plazo y avalado por CCOO y UGT.
Por eso, cuando el Gobierno de Felipe González lanza ese nuevo ataque se encuentra con que junto al rechazo al Plan de Empleo Juvenil los sindicatos exigieron la equiparación de las pensiones mínimas al Salario Mínimo Interprofesional (SMI), la subida salarial de dos puntos a lo funcionarios públicos dependientes de los Presupuestos Generales del Estado por la desviación negativa de la inflación prevista, el aumento hasta el 48% de la cobertura de desempleo y el derecho de negociación colectiva de los funcionarios de las Administraciones públicas.
Todo un cambio, que logró hacer doblar la rodilla a un Gobierno que no tuvo más remedio que retirar la totalidad de la reforma y asumir un incremento en el gasto social.
Pero tras una Huelga, por muy exitosa que sea, la lucha de clases tampoco se acaba. La burguesía sufrió un duro golpe pero desde el minuto siguiente comenzaron a diseñar los elementos con los que volver al ataque. Trabajaron la división sindical, la cooptación de dirigentes, la promoción de sindicatos corporativos, así como escisiones izquierdistas en el movimiento sindical, promocionaron elementos ideológicos antagónicos a los intereses de la clase obrera (competitividad, corresponsabilidad, productividad, paz social, pacto social…), apoyaron la homologación e instalación en el sistema de las organizaciones sociales y políticas de la izquierda, etc. Todo un diseño de largo alcance que perseguía desarmar a la clase obrera.
El 14D fue por tanto un gran ejemplo que la clase obrera debemos traer al presente para recordar como se vence pero también para recordar que tras las batallas victoriosas debemos seguir combatiendo para mantener las conquistas. Y sobre todo para no olvidar que cualquier conquista en el marco del capitalismo siempre estará amenazada y que sólo en el socialismo-comunismo la clase obrera alcanzará su emancipación.