A la huelga, como en la guerra

Si en el anterior número de Nuevo Rumbo conocíamos los antecedentes y motivos que habían desencadenado la convocatoria de huelga indefinida por parte de la plantilla de Mondelez, en el presente toca hacer balance y extraer algunas conclusiones del ejemplo que los cerca de 400 trabajadores y trabajadoras de la multinacional de alimentación nos han dejado.

Finalmente, han sido 53 los días que la plantilla mantuvo el paro, hasta que decidió dar el visto bueno a las mejoras pactadas entre el comité y la dirección de la empresa, tras numerosas y duras negociaciones. Un incremento salarial del IPC más el 0,6 % durante los tres años de vigencia, reducción de la jornada anual de 16 horas, complemento al 100 % de las dos pagas extras, así como diversas mejoras en las condiciones de la jubilación parcial o en las categorías para el personal de mantenimiento constituyen parte de las conquistas arrancadas.

Sin embargo, la huelga nos permite, y nos exige, extraer un conjunto de conclusiones igualmente importantes, que atienden no tanto al cuánto se ha conseguido, sino al cómo ha sido posible. Y, justo es decirlo, también al qué ha pasado para que la conquista de la plantilla no haya sido aún mayor.

Las huelgas no se convocan, se organizan

Decir que la huelga es un ejercicio de lucha de clases constituye una obviedad. Claro está, si se pretende hacer de la misma algo más que una pantomima en la que cuatro burócratas de turno amagan con un paro como escenificación que antecede a un acuerdo de mínimos previamente chalaneado entre trileros de uno y otro lado en la mesa de negociación.

Lo anterior no ha sido, desde luego, el caso de Mondelez, cuya plantilla arrastra un largo bagaje de luchas, si bien la huelga ahora finalizada ha supuesto un hito en la zona en cuanto a duración y dureza mantenida por ambas partes. Mantener un respaldo del 100 % de la plantilla de producción, tanto a este paro como a los precedentes, requiere un estudio que podemos abordar someramente.

Sin pretender caer en el relato épico o pomposo, es evidente que toda batalla (e insisto, una huelga que merezca tal nombre lo es) requiere su ejército, su Estado Mayor, su orden de batalla, su táctica ofensiva –o defensiva, si llega el caso–, sus canales de suministro… y, por qué no, también sus labores de inteligencia e «información» de los planes del enemigo.

Para las almas cándidas a quienes por la razón que sea les lleguen estas líneas y se escandalicen por lo belicoso de los términos, basta un ejemplo, anecdótico pero clarificador, que retrata al enemigo (en este caso, enemiga) de los trabajadores. La responsable de Recursos Humanos Nerea Touchard, al poco de iniciarse la huelga y con la plantilla concentrada en la puerta de la empresa a más de 30 grados, les remitió un mensaje para que se pusieran «al sol», que no los veía desde su ventana.

Así pues, información continua para saber por qué se lucha, confianza probada en la honradez de quienes nos representan y proponen ir al combate, respeto escrupuloso a la decisión que tome la mayoría, mientras se mantiene la moral de los elementos que dudan o se avisa a aquellos «navegantes» que, desde las propias filas o las ajenas, pretendan sabotear el objetivo común constituyen elementos necesarios a pesar de los cuales quizás se pueda perder, pero sin ellos se anuncia una derrota casi segura.

Mención aparte merece la necesidad de una caja de resistencia por parte de las organizaciones sindicales, algo desgraciadamente erradicado por las prácticas de un sindicalismo pactista y conciliador, que desde luego no requiere de un fondo con el cual su afiliación pueda sostenerse económicamente mientras dure el conflicto. Para qué un fondo de lucha, si ya se participa de fondos de pensiones, ¿verdad?

El problema no es sólo de qué va a vivir un trabajador o una trabajadora mientras mantiene el pulso a la empresa, sino la facilidad con la que el enemigo de clase juega con nuestros nervios y nuestro temor a un frigorífico vacío para torcer nuestra voluntad, hacernos caer en una moral derrotista como antesala de suplicar la firma a lo primero que nos ponga la patronal sobre la mesa.

La importancia de coordinar toda movilización con las plantillas de otras factorías con el fin de paralizar la producción y gripar la maquinaria de obtención de dividendos representa una asignatura pendiente para una clase obrera cuyo marco de lucha de clases será estatal, pero que convierte la cooperación con sus hermanos de clase de otras latitudes en un factor no desdeñable cuando se pretende derrotar a una empresa cuya producción está diversificada geográficamente.

53 días de huelga permiten, en fin, un caudal de acontecimientos sobre los que reflexionar y aprender. Ojalá el corolario de este texto fuera alguna frase grandilocuente que sirviera para glosar la victoria de la plantilla. Sin embargo, sabemos que la lucha de clases sólo desaparecerá definitivamente con estas y sus intereses irreconciliables, así que el epílogo no lo van a constituir vítores, sino una información reciente (finales de agosto) sobre la decisión patronal de volver a soltar los perros de la guerra en forma de incumplimientos del preacuerdo, limitación del derecho de vacaciones, movilidad arbitraria en puestos de trabajo, entre otras medidas que buscan el escarmiento y el miedo. Evidentemente, la agresión no quedará impune.

Y es que quien se empeña en negar la lucha de clases merece el mismo «eppur si muove» que en su día recibieron quienes negaban el movimiento terrestre.

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