El sindicalismo de clase, más allá de la denominación

Cuando hablamos de «sindicalismo de clase» corremos el riesgo, como cada vez que se utiliza cualquier definición con una carga semántica profunda, de que cada cual entienda por ello cosas distintas. Si partimos de que un sindicato es una asociación formada para la defensa de los intereses económicos o políticos comunes a todos sus asociados, un sindicato de clase debe ampliar esa defensa de intereses al conjunto de la clase obrera. Ahora bien, el que los trabajadores y trabajadoras se organicen en el sindicato de forma voluntaria y el que esa organización sea permanente, dando perspectiva histórica a sus reivindicaciones, luchas y conquistas, son rasgos no menores del sindicalismo de clase.

A lo largo de la historia, el ejercicio de la lucha por los intereses inmediatos de los trabajadores y trabajadoras ha surgido de forma natural, espontáneamente, de la aspiración a mejores condiciones de vida y trabajo ante los conflictos inherentes a las propias dinámicas del capitalismo. En esta medida, cualquier organización que aspire a organizar al conjunto de la clase para la defensa de sus intereses cabe dentro del conjunto de organizaciones sindicales de clase.

El cómo se entiendan esos intereses, si en el restrictivo marco de la sociedad burguesa o en colisión con ella, y según cuál sea su relación con el partido de la clase obrera, acabarán definiendo su acción sindical presente, pero también la evolución a la que tenderá como organización. Un sindicato, como todo organismo vivo, evoluciona y lo hace en base al entorno donde se desarrolla y en función de su composición interna. La hegemonía del eurocomunismo y de la socialdemocracia en el movimiento sindical mayoritario en nuestro país, junto al proceso de transición política de la dictadura a la democracia burguesa, han moldeado lo que son hoy las organizaciones sindicales.

Por otra parte, sucesivos procesos de desgajamiento fruto de la experiencia sindical sectaria del eurocomunismo tuvieron su réplica en expresiones anti-partido que dieron lugar a sindicatos en general escasamente desarrollados e incapaces de articular una alternativa de masas. No podemos olvidar tampoco el factor de la lucha por la hegemonía en el movimiento sindical de los nacionalismos, que lograron poner en pie sindicatos con buena implantación, pero cuya práctica real acabó no distando mucho del sindicalismo mayoritario a nivel del Estado.

Ante la pregunta de si todas esas organizaciones sindicales son de clase tendríamos que responder que, en mayor o menor medida, lo son. Pero ninguna de ellas representa el tipo de sindicalismo de clase que los comunistas sabemos que es preciso desarrollar para enfrentar y estar en mejor disposición de acabar con la explotación asalariada, que es el interés legítimo y final del conjunto de la clase obrera y, por lo tanto, del sindicalismo de clase. La acción sindical y las medidas que comprometen el objetivo estratégico de la clase obrera en el camino hacia su emancipación son reveses duros que se fundamentan en un criterio ideológico de colaboración de clases que los comunistas debemos combatir con fuerza y con inteligencia en el seno de las organizaciones sindicales de clase y entre el conjunto de los trabajadores y trabajadoras.

En este sentido, la lucha sindical que asume los márgenes de la legalidad burguesa como límites infranqueables, limitándose a responder a los ataques sin situar reivindicaciones que pongan encima de la mesa la contradicción principal del propio sistema de producción capitalista, aboca a la organización sindical a caer en el terreno de la gestión y la colaboración con el poder.

Para los comunistas, la lucha sindical es interna a la empresa, pero también es externa en cuanto la pretende limitar el poder económico desde la propia actividad legislativa. Por ello, la lucha sindical de clase debe ser interna y externa a la empresa en su forma de articulación. Esta concepción, perfectamente definida en el concepto de lucha sociopolítica del sindicalismo de clase de nuevo tipo, no debe confundirse con buscar huecos de gestión corresponsables con las decisiones inducidas desde el poder económico y que se plasman desde los gobiernos de turno en los parlamentos burgueses.

Por ello, para los comunistas el carácter sociopolítico pasa, irreversiblemente, por la elevación de la inmediatez estrecha, materializada «externamente» en una política legalista e institucional, a una concepción y lucha político-revolucionaria, donde la variedad y simultaneidad de formas de lucha de la clase por sus intereses inmediatos se den, además, desde la comprensión fundamental de dos aspectos: el carácter antagónico de los intereses de la clase obrera y los capitalistas y la perspectiva de que las distintas luchas se ven inmersas en una estrategia hacia la superación de dicho antagonismo.

Pero cuando vemos, hoy en día, la apuesta sindical por opciones políticas socialdemócratas debemos enmarcarlo en el reforzado control instrumental y directo de la socialdemocracia del movimiento sindical. Un control, una hegemonía, que surge de las luchas internas de las últimas décadas y donde la ausencia de ese partido de la clase obrera como tal en su interior ha facilitado el asentamiento de las lógicas del pacto social como intento planificado de castrar a la clase trabajadora en la lucha de clases, relegando al sindicato a la gestión de lo posible, poniéndoles a los trabajadores y trabajadoras las anteojeras de la teoría del capitalismo como el mejor de los sistemas posibles.

Ejemplos de pasadas huelgas generales masivas en nuestro país que chocaban con la totalidad del parlamento no debieron resolverse en pacto social. La visualización de esas grietas tan enormes entre los intereses obreros y la política burguesa precisaba, y precisa, de una labor sindical que busque, junto con el partido de la clase obrera, la resolución de esa contradicción en términos de acumulación y creación de poder; y que se desenvuelva desde la comprensión de que la dimensión de nuestras reivindicaciones no las determinan las condiciones de desarrollo de la economía, es decir, los intereses de los grandes empresarios para seguir amasando riquezas, sino única y exclusivamente nuestros intereses propios como clase y nuestra fuerza.

Pero lejos de aprovechar oportunidades, en ocasiones se cae en ir dejando que conquistas, como es arrancar horas de trabajo efectivo para la labor sindical en defensa de los trabajadores y trabajadoras, se conviertan en un elemento de corruptela donde el burocratismo y las acciones clientelares promovidas desde las empresas ganan terreno, haciendo saltar por los aires el propio sentido de las dispensas sindicales. La cooptación por parte de la empresa de sindicalistas mediante métodos mafiosos de presión y corrupción deben ser denunciados, pero también las derivas burocráticas cuando estas se empiecen a producir en las secciones sindicales y comités de empresa o juntas de personal, porque abren un camino fácil a esa cooptación empresarial. Caer en el extremo contrario, de renunciar a la conquista de las elecciones sindicales o de las horas sindicales asociadas a la representatividad, sería caer en el infantilismo, además de no solucionar el problema de fondo.

Como vemos, el debate ideológico es imprescindible en un momento en el que se duda sobre si quien crea la riqueza es el empresario o el trabajador, si la contradicción principal es la de capital-trabajo. Donde innumerables trampas se ciernen ante conquistas como las horas sindicales, la necesidad de la representación unitaria de los trabajadores como elemento fundamental de la democracia obrera, la utilidad de la huelga como herramienta de lucha o, incluso, la propia negación de la lucha de clases. Cuestiones que parecían superadas hace décadas y que hoy están en cuestión, lo cual pone de manifiesto que el enemigo en cada fase histórica se acopla y va lanzando su propia campaña para evitar que en los sindicatos de clase crezca y se haga hegemónica una perspectiva y estrategia clasista. Pero nos demuestra, también, que en el capitalismo ninguna conquista es duradera y que uno de los frentes de batalla fundamental es la lucha ideológica, con la necesidad de situar los conceptos en su justo desarrollo. Queda mucho por construir, queda mucho por cambiar, pero existe hoy un cambio cualitativo: la clase obrera tiene al PCTE y hemos puesto ya la mirada en la parte del horizonte hacia donde debemos avanzar.

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